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31 de enero de 2019

El compromiso y el legado del profesor Saad Chedid

El pasado 8 de agosto falleció en la ciudad de Buenos Aires el profesor Saad Chedid, destacado intelectual argentino de nuestra América.

Abocado a su fecunda obra, se marchó a los ochenta y nueve años mientras planificaba el seminario «Nakba continua y resistencia palestina», de la Cátedra de Estudios Palestinos Edward Said, que dirigía en la Universidad de Buenos Aires (UBA); el profesor Chedid también proyectaba nuevas publicaciones de la Editorial Canaán, emprendimiento que generó con el objeto principal de esclarecer todo lo referente al conflicto israelí-palestino; programaba el próximo número de la Revista de Estudios de Tierra Santa y Palestina, de la cual era editor asociado, en el marco del convenio que promovió entre la Universidad de Edimburgo (Escocia) y la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Argentina), y escribía un libro que titularía «Itinerario espiritual de Evita y de Perón».

El profesor Saad nació en 1929 en Arroyo Corto, un pequeño poblado semirrural del sur de la provincia de Buenos Aires. Integrante de una familia de migrantes libaneses, completó sus estudios secundarios y se radicó en la Capital Federal. Allí se inscribió en la Facultad de Derecho (UBA), donde tuvo un efímero paso al descubrir su vocación por el estudio de las religiones. Su aptitud lo llevó ingresar a la Facultad de Filosofía y Letras de la misma casa de estudios, donde se graduó como profesor de Filosofía, en 1961. Simultáneamente, se formó en varias academias de Francia, el Líbano y la India durante su etapa de estudiante universitario. En estos viajes tomó cursos con grandes intelectuales de la época y se familiarizó con la metodología de la no violencia, al estudiar con Pyarelal Nayar, secretario de Mahatma Gandhi.

Extenso resultaría detallar el primer periodo de su trayectoria en la Universidad de Buenos Aires, como funcionario y docente. Solo mencionaremos su designación como secretario del Rectorado, que estaba a cargo de Risieri Frondizi, y su nombramiento en la Comisión de Reequipamiento del Consejo Interuniversitario, presidido por Rolando García. Comenzó su carrera docente en 1964, como auxiliar del Departamento de Filosofía de la facultad en que se recibió. Dos años después, renunció al cargo debido el derrocamiento del presidente constitucional, Arturo Illia.

Tras un nuevo viaje de especialización a la India, arribó a Venezuela, donde dictó varios seminarios en la Universidad de los Andes.

En febrero de 1969, de regreso a la República Argentina, se produjo un sorpresivo llamado telefónico que le marcaría definitivamente la vida. Mostefa Lacheraf, embajador de la República Argelina Democrática y Popular en Buenos Aires, lo contactó para concretar un encuentro personal. El profesor Chedid recordaba la cita inicial y el principio de una relación que se extendería por los siguientes veinte años con estas palabras:

Lacheraf emprendió conmigo una cuidadosa iniciación en lo que él consideraba su propia militancia: la lucha por las causas justas del mundo. Esto es, las luchas nacionales de los pueblos coloniales por su liberación, de lo que por aquellos tiempos se conocía como el tercer mundo. Sus enseñanzas habrían de incorporarme definitivamente a una militancia comprometida con esas causas.

Allí, ese día, por primera vez, tomé conciencia de la existencia de Palestina y de los palestinos. Y también de la tragedia que estaba viviendo ese pueblo (Chedid, 2004, p. XLII).

Décadas más tarde, al rememorar sus comienzos en el tema israelí-palestino, el profesor Chedid se complacía al esbozar las concordancias entre sus admirados y entrañables amigos, el argelino Mostefa Lacheraf y el palestino Edward Said: el compromiso con la verdad, la no violencia y la defensa, la lucha nacional de los pueblos contra los invasores extranjeros y el terrorismo de Estado, atributos que destacaba de ambos en sus clases y conferencias.

Conocí a Saad en noviembre de 2008. Fue en el marco del VI Encuentro sobre Genocidios, organizado por la Cátedra de Estudios Armenios de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. La mesa sobre «Educación y prevención de los genocidios» la integraban cuatro expositores, tres de los cuales abordamos temas sobre Palestina. Era toda una novedad en ámbitos donde se trataban múltiples casos de violaciones a los derechos humanos y en los cuales el tema palestino se hallaba sistemáticamente ignorado. Los tres disertantes de aquel día integramos el primer equipo docente que lideró Saad, durante el tercer ciclo de su trayectoria en la universidad.

Recuerdo que se acercó a mí al finalizar el debate de cierre, y se presentó como director de la Editorial Canaán. Cordialmente, me felicitó por la ponencia y me comentó su interés en publicarla. Nada expuso, aquella vez, sobre la reciente creación de la Cátedra de Estudios Cananeos: de la antigüedad al presente (más adelante, Cátedra de Estudios Palestinos Edward Said), en la cual lo nombraron profesor honorario por su destacada labor universitaria.

Apenas unos meses después, en agosto de 2009, tuve el honor de compartir con Saad la primera clase del seminario «Edward W. Said y el conflicto israelí-palestino. Desde el colonialismo hasta la fundación del Estado de Israel», con la que se inauguraron las actividades académicas de la cátedra.

Fueron tiempos de formidable trabajo colectivo, en el cual cada integrante del novel equipo educativo vivenció el desarrollo de un notable giro epistémico. Los dos primeros libros que Saad puso a nuestra disposición fueron Orientalismo y Cultura e imperialismo, ambos de su autoría. Para quienes egresábamos de carreras humanísticas de la UBA, adentrarnos en esas lecturas significó un quiebre definitivo en nuestra formación, sesgadamente eurocéntrica.

Desde un primer momento, la tarea de Saad tuvo por objetivo tender un puente entre Edward Said y nosotros, los lectores del llamado tercer mundo, aquellos a quienes su amigo palestino intentaba prevenir de la fuerza del discurso cultural occidental y de los peligros que implicaba emplearlo sobre nosotros mismos o sobre otros pueblos.

Luego, cual maestro que iba escudriñando nuestros intereses, Saad enhebró sucesivas lecturas que abrieron nuestro horizonte formativo: en mi caso, André Gunder Frank, Samir Amín, Nur Masalha, Mazin Qumsiyeh y los decoloniales latinoamericanos, entre otros, siempre valorando la formación de una perspectiva propia y original.

Saad coincidía con la caracterización del intelectual como librepensador que se expresa sin condicionamientos, tal como lo definió Said. Y fundamentalmente, estaba de acuerdo con el rol que este debía desempeñar en la sociedad:

Para mí, el hecho decisivo es que el intelectual es un individuo dotado de la facultad de representar, encarnar y articular un mensaje, una visión, una actitud, una filosofía u opinión para y en favor de un público. Este papel tiene una prioridad para él, no pudiendo desempeñarlo sin el sentimiento de ser alguien cuya misión es la de plantear públicamente cuestiones embarazosas, contrastar ortodoxia y dogma (más bien que producirlos), actuar como alguien al que ni los gobiernos ni otras instituciones pueden domesticar fácilmente, y cuya razón de ser consiste en representar a todas esas personas y cuestiones que por rutina quedan en el olvido o se mantienen en secreto (Said, 1996, pp. 29-30).

La preocupación por las formas de representación en la disputa israelí-palestina mereció sus mayores esfuerzos. Recuerdo las primeras conversaciones que mantuvimos, cuando me convocó a participar en un seminario en el cual trabajaríamos el lenguaje con que se aborda el problema. Se trataba de una clave de nuestra tarea académica: desafiar a los que dominan y nominan o, lo que es su inevitable reverso, a los que nominan y dominan. Por ello, sus primeras clases siempre comenzaban con el listado de términos que utilizaríamos en el curso (judío, semita, israelí, sionista, palestino, árabe, islámico, etc.), explicando su valor semántico. Para él, resultaba ineludible superar el chantaje retórico preparado por el sionismo (dominante-nominante en el conflicto), que obstaculiza el debate racional, en función de la tergiversación o el ocultamiento de los hechos.

Va de suyo que la misión del seminario y de la cátedra consistía en representar a los violentados, los silenciados, los débiles en este enfrentamiento, esto es, a los palestinos, articulando un mensaje en su defensa. Con cuidadosa laboriosidad, realizamos colectivamente sucesivos programas de estudios, en los que nos ocupamos de establecer nuestra perspectiva hermenéutica: el problema israelí-palestino surge de un estratégico proyecto imperial europeo y occidental, que promueve la ocupación de un territorio para implantar población foránea y el desplazamiento de los habitantes autóctonos. Luego trabajamos el fenómeno racista que sustenta la llamada «cuestión judía» en Europa y el plan segregacionista del sionismo; la perspectiva orientalista que origina la denominada «cuestión de Palestina»; la caracterización del proceso histórico en curso, en tanto crimen de lesa humanidad, y las legítimas formas de resistencia del pueblo colonizado.

Una tarea fundamental de Saad en estas propuestas consistió en ponernos a nuestra disposición la bibliografía necesaria. Aquí es donde se redimensiona su labor en la Editorial Canaán, desde la cual publicó a autores palestinos, israelíes y judíos de distintas nacionalidades, críticos del sionismo, sostén principal de programas que se completaban con obras de variados y calificados autores.

Cuando advirtió que el seminario acerca de Palestina estaba consolidado, se permitió profundizar en otros temas presentes, aunque no desarrolladas inicialmente. Entonces se destacó su perfil de intelectual secular y autónomo, que goza, en términos de Said, de las virtudes del amateurismo y la marginalidad. Arremetió contra dogmas y ortodoxias religiosas, revelando la legitimación de la violencia monoteísta, que se encuentra en la base de la opresión que sufre el pueblo palestino (a propósito de «pueblos elegidos y tierras prometidas»), y de los pueblos colonizados desde los albores del despliegue imperial europeo y occidental. De esta manera, se delineó claramente su compromiso humanista y universal, denunciando el sufrimiento de todos los pueblos sometidos.

Por cierto, también se granjeó enfados en estamentos religiosos, que se sumaron a los recogidos entre «creyentes-practicantes» de distintas doctrinas políticas. Claro que a sabiendas de las consecuencias de sus actos, porque Saad siempre tuvo presente la definición de Edward Said: el intelectual no es un pacificador ni un fabricante de consensos, acomodaticio ante los poderosos (Said, 1996, p. 39). Por el contrario, su misión consiste en decirle la verdad al poder, sea este corporativo, gubernamental, empresarial, comunicacional, político o religioso.

Tras aquella primera cita en que «descubrió Palestina», los encuentros del profesor Saad Chedid con Mostefa Lacheraf se tornaron habituales. El embajador argelino realizaba una publicación titulada La lucha de liberación palestinense, un conjunto de resúmenes y notas de autores palestinos y europeos, que conformaron su iniciación y preparación en el tema.

La tarea conjunta de estos militantes de la lucha por las causas justas del mundo pronto se plasmó en la edición de tres libros sobre la situación de Palestina, la descolonización y el tercer mundo. Esos trabajos contuvieron la primera publicación de una obra sobre la nakba en la República Argentina.

La divulgación de los libros acercó al profesor Chedid al movimiento nacional justicialista, que llevaba por entonces dieciséis años de proscripción política. El compromiso de los sectores juveniles peronistas con las luchas por la descolonización lo alentó a esclarecer la tragedia palestina al conjunto del pueblo argentino, engañado por las falacias propaladas por el sionismo.

Producto del acercamiento, en octubre de 1971, el profesor Saad promovió la publicación de una nota titulada «Llamamiento en favor de los derechos del pueblo palestino», difundida en el diario de mayor circulación del país. Con cientos de firmas, se constituyó en la primera manifestación pública de dirigentes nacionales sobre la cuestión y lo erigió en un sitial que jamás abandonaría: ser el referente argentino de la solidaridad con la lucha del pueblo palestino, para el conjunto de sus conciudadanos.

Siguieron tiempos de intensa actividad, al calor de las luchas antiimperialistas y anticoloniales desarrolladas en los distintos continentes. Se incrementaron los viajes y los lazos con los movimientos nacionales argentinos, palestinos, árabes y africanos.

Producto de ese trabajo, en 1973 al profesor Chedid lo nombraron director ejecutivo y miembro del Consejo Directivo del Instituto del Tercer Mundo, de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, inaugurando así la segunda fase de su trayectoria en esa universidad.

El terrorismo de Estado que asoló a la República Argentina y las naciones hermanas suramericanas afectó considerablemente su tarea, al reprimir toda forma de organización popular a través de los métodos más atroces. A muchos de sus compañeros los desterraron, encarcelaron, asesinaron y desaparecieron, lo cual lo impulsó a realizar anónimas acciones de solidaridad con las víctimas y sus familiares.

Por esas épocas, el profesor Saad se recluyó en su comunidad de origen, donde desempeñó labores que lo llevaron a presidir la Fundación Argentino-Árabe, cargo que ocupó hasta 1986.

Entre 1981-1984 editó y dirigió la revista Estudios Árabes, que luego, al ejercer la representación para América Latina de la Fundación Instituto de Estudios Palestinos, dio paso a la revista Estudios Palestinos. Allí estableció relación con destacados intelectuales palestinos, como Ibrahim Abu Lughod, Constantine Zurayk y Walid Khalidi.

Durante la década de los ochenta volvió a la tarea editorial: publicó libros sobre Palestina, el Líbano, el islam, el justicialismo y los países no alineados. Así mismo, varios organismos internacionales lo convocaron para disertar sobre su especialidad, destacándose la «Conferencia internacional sobre la cuestión de Palestina», que dictó en Ginebra con los auspicios de la ONU, en septiembre de 1983.

Un atentado en sus oficinas lo hizo volcarse a la política nacional. Decepcionado rápidamente con el gobierno de Carlos Menem, sus vínculos con confederaciones de la pequeña y mediana empresa y con sindicatos lo llevaron a presidir la Fundación Pro Universidad de la Producción y del Trabajo. Desde esta institución editó las Obras completas de Juan Domingo Perón, así como una compilación de los discursos, mensajes y escritos de Evita.

Pese a un distanciamiento circunstancial, el profesor Chedid nunca abandonó la causa del pueblo palestino. De hecho, fue durante sus viajes en la década de los noventa cuando consolidó su amistad con Edward Said, al asistir a sus distintas conferencias en Estados Unidos.

Tras un breve paso por la función pública, retomó su trabajo intelectual al producir y divulgar conocimientos sobre la causa palestina.

Claro que las circunstancias que decidieron su retorno no fueron agradables:

[…] la muerte de mi amigo Edward W. Said y el angustioso llamado de su hija Najle (en relación con el pedido de su padre para que continuara la lucha y su deseo de no llevar esa carga sola) me conmovieron y me han obligado a regresar a un compromiso que, incluso, va más allá de Edward W. Said y su hija Najle; ellos fueron los que reavivaron en mí el anhelo de volver con la misma actitud de antes: ayudar en mi propia patria a esclarecer la tragedia palestina (Chedid, 2004, p. LV).

Solo dos meses después del fallecimiento de Said, en noviembre de 2003, el profesor Saad Chedid produjo el libro El legado de Edward W. Said, en homenaje a su compañero, amigo y hermano en las luchas por la justicia y solidaridad y por las causas justas del mundo, como lo definió en la presentación de la obra (Chedid, 2003, pp. 12-13).

Esta publicación adquirió enorme trascendencia, por cuanto significó la inauguración de la Editorial Canaán, un proyecto tendiente a superar la encerrona en torno al conocimiento de la nakba palestina, en nuestra América.

Además, fue el punto de partida de su tarea de transmisión del legado de Edward Said en la República Argentina. «Subido sobre los hombros de un gigante», como solía afirmar, fue dando los pasos necesarios para la conformación de una cátedra universitaria en su homenaje, que ideó con proyección nacional y continental.

Así mismo, expresó su inquebrantable compromiso con la causa del pueblo palestino, iniciando una etapa que abarcó los últimos quince años de su vida, hasta el día de su partida.


Referencias

Chedid, S. (2003). El legado de Edward W. Said. Buenos Aires: Editorial Canaán.

Chedid, S. (2004). La historia de un dilema político. En S. Chedid (comp.), Palestina o Israel. Buenos Aires: Editorial Canaán.

Said, E. (1996). Representaciones del intelectual. Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica.


Gabriel Sivinian
Profesor de Sociología
Coordinador de la Cátedra Libre de Estudios Palestinos Edward Said
Universidad de Buenos Aires (UBA)
kapriel34@yahoo.com.ar

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