Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales

Separatas Zero
12 de abril de 2020

“We´re all gonna be OK” Reflexiones de una “excursión” al supermercado en tiempos del Coronavirus

Al menos volvió el sol, aunque las temperaturas siguen bajas para ser primavera y estar en California. Dos semanas duraron las tormentas que oscurecieron el cielo de manera permanente. Con ese entorno tan deprimente, la crisis del COVID-19 se agravó, no solo en Estados Unidos, sino en el mundo entero.

A muchos nos tomó por sorpresa. En esta ocasión el exceso de optimismo, característica que no necesariamente representa a personas como quien escribe estas líneas, nos hizo equivocar. No le pusimos atención al agravamiento de la situación. Aún recuerdo cuando, tan solo dos días después de llegar a Los Ángeles, en enero de este año, comenzaron a aparecer noticias sobre un nuevo virus que estaba amenazando la seguridad del aeropuerto, en particular, en el terminal a donde llegan los vuelos provenientes de China…y de Colombia. Muchos pensamos que era una gripa más o un nuevo virus de esos de los que ya habíamos escuchado hablar, pero que no habían representado ninguna situación grave. Por lo menos, tan grave como para que sintiéramos sus efectos.

Seguramente, ese optimismo también engañó a gobernantes alrededor del mundo. Por eso, no se tomaron las decisiones adecuadas ni se hicieron los preparativos necesarios. Hoy, con la ventaja de ya saber lo que sucedió, es fácil culpar a los gobernantes por no haber hecho nada. Muchos están diciendo que tal o cual predijo la pandemia. Pero eso no es cierto. Muchos pueden haber dicho que iba a aparecer una pandemia, pero nunca podríamos haber sabido cuándo ni cuáles serían sus efectos.

Aprendemos con la experiencia, pero esto no nos llevará a superar la incertidumbre frente al futuro. Sobre esto no nos engañemos. Si después de todo esto dedicamos todos nuestros esfuerzos a prepararnos para una nueva pandemia en el futuro, tal vez la crisis que llegue sea causada por algo diferente, frente a lo que no hayamos estado preparándonos, aunque haya profetas que hayan prevenido sobre ello.

El punto es que, decía, no estábamos preparados ni muchos de nosotros le pusimos atención. Eso pasó en Estados Unidos. O, al menos, en Los Ángeles. De hecho, sigue sucediendo en parte. Por su contrastes, complejidades y características, la pandemia se vive de manera extraña en Estados Unidos. Es una mezcla de miedo, desinterés y desconocimiento que ha llevado a una cuarentena que se respeta de manera muy laxa. Estamos a medio funcionar en este país.

Confinamiento a medias

Hace dos semanas cerraron todas las escuelas del condado. Lo mismo sucedió con todos los eventos públicos, incluidos seminarios y conferencias. Ya hace tres semanas en la Universidad de California, se había iniciado la cancelación de clases. El 19 de marzo, el gobernador del estado, Gavin Newsom, emitió la stay at home order. Con esta, se cerraron, entre otros, restaurantes, bares, gimnasios y salones de belleza. El mismo día, con efecto desde la medianoche, el alcalde de los Ángeles, Eric Gasetti, emitió la “safer at home emergency order”.

Con esta, se decretó la prohibición, para todos los ciudadanos, de salir de casa, exceptuando para hacer actividades esenciales, como abastecerse de alimentos, adquirir medicamentos o pasear las mascotas. Se incluyeron en las excepciones otras actividades, menos esenciales, pero igual satisfactorias, como hacer ejercicio.

A pesar de las prohibiciones, uno no ve sino un cumplimiento parcial. Mientras muchos hemos cumplido con la cuarentena, la ciudad sigue funcionando a media marcha. Esto puede deberse a que algunos trabajadores, en particular los empleados en el sector de servicios, no pueden cesar sus actividades; a que muchos de ciudadanos no tienen ingresos estables, en particular, los inmigrantes indocumentados; a que no hay, hasta ahora, policía ni ejército en las calles (algo que ya tuvo que ocurrir en Nueva York); o a que los ciudadanos estadounidenses no están acostumbrados a ese tipo de restricciones.

Cumplimiento parcial. Mientras que en una calle principal aún se ven algunos carros, en un vecindario de clase media alta, se ven todos los carros, en día laboral. Las personas no están en sus oficinas.

Esto último es lo que más llama la atención. Ya el gobierno federal aprobó un gigantesco paquete de ayuda a los ciudadanos del país. Transferencias directas se las harán a todos los ciudadanos estadounidenses en los próximos días. Además, se aplazó el recaudo de impuestos. Vale la pena señalar, sin embargo, que lo mismo no ha ocurrido en otras obligaciones: por ejemplo, los bancos no han, como en Colombia, generado aplazamientos en los pagos de hipotecas, leasings o tarjetas de crédito.

Pero, más allá de esto, está la forma de ser del estadounidense promedio. Esta sociedad parece no estar dispuesta a limitarse en su vida diaria por una pandemia que no conoce o que aún no reconoce como potencialmente peligrosa. Esto puede deberse a que, en realidad, Estados Unidos no ha tenido amenazas como la actual en su suelo, tal vez, nunca en la historia. Las guerras, incluidas las mundiales, se desarrollaron en otros territorios. Lo más cercano, los atentados terroristas de principios de siglo, fueron neutralizados con una obsesión por la seguridad.

Los otros, los inmigrantes indocumentados tienen que mantener sus actividades, tal vez no porque así lo quieran, sino porque, de lo contrario, dejarían de percibir ingresos. En esa característica típica de la sociedad estadounidense, la vida en comunidad, se crearon aplicaciones que, como nextdoor.com, los vecinos se comunican entre sí para todo tipo de anuncios (incluidos los de seguridad). En estos días, muchos de ellos están encaminados, precisamente, a llamar a la ayuda a los inmigrantes indocumentados, a no obligarlos a trabajar, pero a seguir pagándoles los servicios que prestan. Sin embargo, seguramente son algunos los que lo hacen. Muchos otros pasan por alto este tipo de llamados.

Acá, un inmigrante trabaja podando, mientras está vigente la prohibición.

Con este funcionamiento parcial, se le da más contexto a la actitud que el presidente Donald Trump ha tenido frente a la pandemia. Desde el exterior, las decisiones se pueden ver como odiosas (porque lo son) y como que privilegian el funcionamiento de la economía. Pero Trump no es sino el reflejo de cómo funciona la sociedad estadounidense. Incluso, en uno de los estados en donde Trump, en particular, y el partido republicano, en general, tiene menos seguidores.

Con este escenario, el número de contagios no se ha detenido. De hecho, sigue aumentando. Tanto que ya Estados Unidos se ha convertido, para los que saben, en el centro de la pandemia global. Nueva York concentra más del 50% del número de contagios del país, pero esto puede deberse a que la densidad poblacional es mucho mayor en esta ciudad, en comparación con una como Los Ángeles o a que hay un mayor número de pruebas.

El tema de las pruebas ha estado en el centro del debate. Hace tan solo unos días, se decía que Estados Unidos estaba subestimando el número de contagiados, no porque no existieran, sino porque no se estaban haciendo pruebas masivas, fuera por apatía del gobierno federal, fuera por los altos precios para que los ciudadanos se atrevieran a acudir a los centros de salud. Tal vez sabremos la causa principal cuando todo esto haya pasado. Por ahora, son meras suposiciones, como casi todo en esta pandemia.

Una economía herida, no muerta

Con todo y el cumplimiento a medias, la economía se está resintiendo de manera acelarada. The New York Times en su primera página del 27 de marzo mostró la gravedad de la situación. En tan solo la semana más reciente, se dispararon los reclamos de subsidios al desempleo en el país. De un promedio de un poco más de 345 mil solicitudes en todo el año, para esta semana los reclamos llegaron a casi 3 millones 300 mil.

El sector de servicios está trabajando muy por debajo de su capacidad. En algunos restaurantes, se ha despedido hasta el 70% de los empleados. Pero los trabajadores que gozan de mayor estabilidad también se están viendo afectados: en muchas compañías, incluso estatales, crecen los rumores sobre la posibilidad de reducciones en el número de horas pagas. Algunos hablan de reducciones en el 40%, otras del 20%.

No obstante, hay sectores, o actividades, beneficiadas. En primer lugar, están los drive-thru. Las filas acostumbradas se han alargado. Ahora son permanentes todo el día.

Las líneas del drive-thru en un restaurante de comida rápida.

También se han beneficiado, obviamente, los supermercados. El comportamiento que se presenta en estos establecimientos da muchas pistas de la sociedad y economía estadounidenses.

Los consumidores, como ha sucedido en otras partes del mundo, se apresuraron a comprar en masa al inicio de las prohibiciones de movilidad. Esto llevó a la imposición de restricciones en el número de bienes que se pueden adquirir por familia. Llama la atención, sin embargo, que, a diferencia de los prejuicios que se tienen sobre la sociedad estadounidense, lo que más se vende no son comidas preparadas, sino huevos, arroz, pasta, leche…y papel higiénico. Parece que, en momentos de crisis, los ciudadanos se resisten a abandonar sus estilos de vida (de allí, el auge de los drive-thru), pero deben ajustarse a las nuevas condiciones. Entonces, regresan a los alimentos más básicos, necesarios.

De mantenerse la pandemia, o de agravarse, ¿podrá impactar esto en los niveles de obesidad de esta sociedad? No sabemos qué efectos tendrá todo lo que está sucediendo, incluso, en los patrones de consumo en nuestras sociedades.

Del lado de la economía estadounidense, los supermercados muestran la capacidad de respuesta a las necesidades cambiantes de los consumidores. Ya hay que saber cuándo y a qué hora hacer las compras. Cada día, desde muy temprano, pueden comprar solo las personas mayores y las más vulnerables al virus. Luego, se abre al público en general. A estas horas, incluso los productos más demandados están disponibles en cantidades considerables.

Los precios no han subido y no hay controles de precios. Esto sería evidencia inicial para pensar en la capacidad de respuesta de la estructura productiva en el país.

Ya en las tardes y los fines de semana, es imposible conseguir los elementos esenciales. En cualquier momento, se observan las góndolas repletas de comida no saludable con la que asociamos a la sociedad estadounidense.

Las góndolas repletas de comida no saludable contrastan con las de arroz…y papel higiénico.

Algo tendrá que cambiar, ¿o no?

En medio de todo esto está la necesidad del distanciamiento social. Las filas se han hecho comunes para entrar a cualquier establecimiento. Al mercar, los anuncios de productos se han cambiado por mensajes de optimismo. “We´re all gonna be OK” dice uno de ellos. La poca gente en el supermercado, con sus guantes y tapabocas, se miran con complicidad, con esperanza.

Social distancing y largas filas a la entrada del supermercado

Debe ser muy duro el distanciamiento para una sociedad acostumbrada a la vida en sociedad, a la formación de asociaciones.

No sabemos cómo cambiarán las cosas después de esta pandemia. Puede que no cambien. Puede que cambien completamente. Ojalá esta oportunidad nos permita reconocer que necesitamos dejarnos ser humanos: sentir, disfrutar las pequeñas cosas, dejar de darle trascendencia a lo que no la tiene.

Por lo pronto, los estadounidenses parecen estar aun asimilando lo que sucede. Creo que ya han aceptado que esto es una crisis global. Tal vez eso los tranquilice. No obstante, se están dando cuenta que todo su poder militar y sus niveles de vida no son suficientes para aislarlos de la vulnerabilidad humana. Ya no tienen enemigo visible a quién culpar. Hasta ahora no lo han encontrado.

Los cambios, sin embargo, no vendrán de decisiones políticas. Los políticos siguen las tendencias, tratan de adivinar las preferencias mayoritarias. No imponen nuevas alternativas. No las crean. Esa no es su labor.

Esos cambios vendrán, como suele suceder, como esta sociedad está acostumbrada a reconocer, de ellos mismos. Las prácticas sociales pueden cambiar. Después vendrán los cambios en la política.

De lo que se observa, varios reconocimientos se pueden estar gestando, lo que puede tener impacto en el futuro post-COVID19. Primero, está el tema de los inmigrantes. Hoy son más visible que antes: son los que más están enfrentando la crisis con sus trabajos, con sus madrugadas. Segundo, está el tema de la valoración de carreras, hasta ahora ignoradas, por decir lo menos. Ahí está el caso de los profesionales de la salud (comenzando por enfermeros(as)), los profesores de colegio, los cajeros de supermercados, los domiciliarios. Cualquier lector informado y observador, se dará cuenta que una parte no despreciable de estos trabajos, que pueden tener una mayor valoración social en un futuro, son, además, ejercidos principalmente por mujeres. Esto puede tener un impacto en los diferenciales de ingresos entre hombres y mujeres que tanto se discuten hoy.

Tercero, está el asunto de la tecnología. Llegó para quedarse. En una ciudad como Los Ángeles sorprendió, hasta mediados de marzo, porque se generaban trancones de horas. Un trabajador, en promedio, se tarda una hora en su automóvil en cada desplazamiento. Al indagar sobre por qué no había más opciones de teletrabajo, la respuesta común era que los empleadores desconfiaban de sus empleados. Hoy tuvieron que comenzar a confiar. Pueden darse cuenta que este tipo de opciones los beneficia más, mientras que los trabajadores también se ven beneficiados, así como sus familias.

No sabemos cómo el confinamiento y, en general, toda esta situación de crisis, impactará a las nuevas generaciones. De un lado, puede haber un fortalecimiento del sentido de familia, a pesar de lo duro que ha resultado para los padres encontrarse con lo difícil que es tener que cuidar de (¡y entretener a!) sus hijos todo el día. Del otro, estos niños están conociendo, desde muy temprano el miedo, el que no todo está garantizado, otras formas de educación, la necesidad de ser creativo para no aburrirse…en fin.

Por último, y de manera más política, si se quiere, puede haber cambios en cómo los estadounidenses se auto-perciben. Aún persiste la visión de ser los “ganadores de la Segunda Guerra Mundial” (así eso esté en duda). Pero hoy se está mostrando que hay más retos que los enfrentamientos generados por los estados. Unos, incluso, más graves. Verdaderas amenazas. Si los estadounidenses comienzan a percibirse como humanos como cualquier otro, y no como humanos especiales, seguramente el mundo ganará mucho.

Amanecerá y veremos, como dice el dicho. Por lo pronto, a seguir en confinamiento. En una semana, podré volver a salir a mercar.    


Javier Garay
Docente Investigador – OASIS
Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales
javier.garay@uexternado.edu.co

 

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