Analizar la historia de Ucrania implica rescatar los particulares procesos locales, pero también los efectos que en su formación imprimen las relaciones con el mundo. Los resultados de las gestas locales, aunados a las incesantes presiones y pretensiones provenientes de los países vecinos, configuran un territorio, una nación marcada por […]
Analizar la historia de Ucrania implica rescatar los particulares procesos locales, pero también los efectos que en su formación imprimen las relaciones con el mundo. Los resultados de las gestas locales, aunados a las incesantes presiones y pretensiones provenientes de los países vecinos, configuran un territorio, una nación marcada por la constante lucha de autodeterminación.
La reconstrucción de la historia ucraniana remite a la estrecha construcción con la hermana nación rusa de historias que, en sus puntos de intersección, no ha estado desprovista de tensiones. Esta imbricación hace que sea difícil apartarse de los sesgos de la lectura «ucraniana» o «rusa» de la consolidación de la nación ucraniana (Cucó Giner, 1999).
Como lo destaca Galushko, los estereotipos construidos a lo largo de los siglos, los intentos de separar un pasado común o de unir a la fuerza lo que no podría estar unido y la politización de la historia han generado efectos en la compresión y sentir social de cada país, así como en la objetividad de los trabajos académicos que terminan centrándose en hitos sin resolver las contradicciones entre las versiones de las historias[1] formuladas de un lado u otro de la frontera que divide a Ucrania y Rusia.
Sin embargo, el ejercicio es necesario, pues la comprensión de la actual situación de Ucrania remite a la formación de una nación en busca de autodeterminación, aspiración que moldea su composición social y política contemporánea.
El sendero de Ucrania, nación en formación
El origen de Ucrania se remonta al siglo IX, específicamente al año 882, en el que se consolida el Estado de la Rus de Kiev (López-Medel Báscones, 2008). Este nombre conduce posteriormente a confusiones que, no obstante, no deben desvirtuar el hecho de que Kiev, la actual capital ucraniana, fue el enclave –la madre de las ciudades de la Rus y la capital religiosa– desde el cual se expandió la dinastía Rúrik. Debido a que los Rúrik no se regían por un modelo feudal tradicional, el territorio fue dividiéndose en función de la migración y asentamiento de los miembros de la familia dinástica a lo largo de extensos territorios, entre éstos el principado de Moskovya[2] (Galushko, 2010).
[1] Tomado, adaptado y traducido del texto original de Galushko titulado “Вячеслав Липинский как исследователь Украинско-Российских взаимоотношений” que forma parte del libro Россия - Украина: история взаимоотношений, editado por Миллер А. И., Репринцев В. Ф., Флоря Б. Н. - М. Recuperado de http://www.litopys.org.ua/vzaimo/vz19.htm.
[2] Sobre el origen de la Moskovya persisten debates entre los historiadores rusos y ucranianos, pues los primeros alegan un origen común de las Tres Rusias (Ucrania o Pequeña Rusia –como la llamaron los rusos–, Bielorrusia y Rusia), mientras algunos autores ucranianos defienden la lectura de un inicio diferenciado (Cucó Giner, 1999; Galushko, 2010).
En ausencia de una nacionalidad de Rus, para el año 1132 el Estado de Kiev era una confederación de pequeños protoestados, dotados de ejércitos, administraciones y relaciones exteriores (Galushko, 2010). Esta configuración favoreció la sucesión de anexiones de sus territorios a los imperios aledaños (el lituano o el austrohúngaro) y ayudó a los intentos de unificación de la zona por parte del naciente imperio ruso. Así:
En el sur, en Ucrania, se fue formando un espacio señoreado primero por los polacos y lituanos que, a partir del siglo XVI (…), se convirtió en campo incierto de acción de la cosaquería y de sus instituciones políticas (el Sich de Zaporozia y el hetmanato) que, a juicio de Frank Sisyn, han actuado, para el movimiento nacional ucraniano, como el foco de autoidentificación nacional (Cucó Giner, 1999, p. 262).
La guerra de 1648, liderada por el hetman Khmelnitskii, como jefe supremo de las tropas cosacas, se constituye en el hito de las sucesivas aproximaciones y distanciamientos entre Rusia y Ucrania (Galushko, 2010). A partir de ese momento, el territorio ucraniano entra bajo la tutela del imperio ruso, hecho que, aunque representó cierta autonomía para el hetmanato, no tuvo las mismas consecuencias para la identidad nacional (Cucó Giner, 1999). Esta autonomía fue transitoria y el siglo XVIII fue testigo de las diversas estrategias emprendidas desde el imperio ruso, dirigidas a la progresiva asimilación y dilución del hetmanato en el cuerpo del imperio (Galushko, 2010; Cucó Giner, 1999). A finales del siglo XVIII e inicios del siglo XIX, Ucrania representaba un territorio con fronteras difusas, cuyo desarrollo era condicionado por dinámicas y actores externos (Galushko, 2010, p. 278):
Una gran parte de la Ucrania dominada tradicionalmente por Polonia se integraba también en Rusia, mientras Galitzia se ubicó durante muchas décadas en el imperio austriaco. La prolongada división del país en dos zonas acentuó la dicotomía entre las dos Ucranias –la oriental y la occidental–, hecho de una larga trascendencia para la Ucrania contemporánea (Cucó Giner, 1999, p. 262).
El fortalecimiento de movimientos nacionalistas ucranianos del siglo XIX se sustenta en las tradiciones políticas del hetmanato que, pese a los controles impuestos por el imperio ruso, las mantuvieron los descendientes de los cosacos y la población regada entre los imperios ruso y austriaco (Galushko, 2010, p. 278). La inspiración en valores liberales y democráticos de estos movimientos desplazó su concentración hacia los territorios occidentales, hacia la Galitzia (Galushko, 2010), lejos de la coacción política y cultural rusa (Cucó Giner, 1999), y profundizó aún más la división entre las dos Ucranias. No obstante, éstos serían también los territorios de disputa en el proceso de reunificación de Polonia que pondría al movimiento nacionalista ucraniano entre las pretensiones de sus dos vecinos (Cucó Giner, 1999).
En 1917 se constituyó la Rada (Consejo Central ucraniano), que abogó ante el gobierno provisional por un estatuto autonómico, otorgado –pero sólo en aspectos administrativos– para las regiones agrarias, dejando por fuera las zonas industriales rusófonas más cercanas al mar Negro (Cucó Giner, 1999). En octubre del mismo año, la Rada proclamó la nación como República Popular Independiente, condición que duró pocos meses pues las recién llegadas autoridades bolcheviques acudirían a la ocupación militar para impedir la separación del futuro «granero soviético» (López-Medel Báscones, 2008). Para el año 1918, en un momento de confluencia de la guerra civil y la mundial, la Rada proclamó la República Democrática Ucraniana y unos meses más tarde los bolcheviques cedieron su territorio a los alemanes (Cucó Giner, 1999).
El periodo entre 1917 y 1922 representó un confuso momento de disputas en el territorio ucraniano entre fuerzas que defendían propósitos naturalmente divergentes pero, a veces, convenientemente convergentes: el ejército rojo que buscaba impedir la separación del territorio, el ejército alemán cuya ayuda había solicitado el gobierno ucraniano, el ejército blanco que seguía oponiéndose a la expansión bolchevique y las agrupaciones guerrilleras de liberación nacional (Cucó Giner, 1999). Como resultado, debilitado por la contienda, el país se repartió en 1921 por el Tratado de Riga, que «(…) aun dejando bajo administración soviética la parte sustancial, atribuyó a Rumania zonas de poblamiento ucraniano (…), a Checoslovaquia la Trascarpatia (…), y a Polonia la Galitzia ucraniana y otros territorios menores» (Cucó Giner, 1999, p. 271). Así, salvo algunos territorios que quedarían en Polonia hasta 1939, el territorio ucraniano entró a ser parte en 1922 de la URSS. Su actual geografía terminó de consolidarse en 1954, cuando en los límites de la República Popular Ucraniana, posteriormente ocupados por el ejército rojo, se incluyó Crimea (Galushko, 2010).
En la época de entreguerras, el desarrollo del nacionalismo ucraniano estuvo condicionado por la visión moscovita de la construcción del nuevo imperio, el soviético, que sustituyó el nacionalismo por el proletariado. No obstante, esta visión tampoco estaba desprovista de contradicciones, pues la postura inicial de Lenin, quien propugnaba la fusión de las organizaciones proletarias en una comunidad internacional en la que las naciones gozarían del derecho a la autodeterminación, se deslizó hacia las ideas estalinistas de «(…) absorción por Rusia de las repúblicas independientes y la configuración de un Estado de “repúblicas autónomas” con órganos de gobierno meramente ornamentales» (Cucó Giner, 1999, p. 22).
Del Homo sovieticus al renacer de la identidad nacional ucraniana
Así se iniciaron el proceso de construcción del Homo sovieticus (Cucó Giner, 1999) y la progresiva sovietización. Sin embargo, en el periodo de entreguerras, especialmente en el caso ucraniano, esta empresa tuvo dificultades y ni la exterminación de enemigos soviéticos ni la exacerbación del patriotismo soviético fueron suficientes para cooptar de manera definitiva una población mayoritariamente campesina, que venía de experimentar una crisis humanitaria que dejó como saldo cerca de tres millones y medio de muertos por la hambruna de los años treinta. A su vez, según Grinevich (2005), la anexión de territorios de la Ucrania oriental en 1939, antes de la ocupación alemana, se constituiría en elemento distorsionador adicional del propósito de la expansión de la «nacionalidad soviética».
El comienzo de la segunda guerra mundial ofreció un contexto propicio para la construcción de una imagen de unidad del pueblo soviético, resistente y unido contra el enemigo nazi. La victoria proporcionó insumos simbólicos adicionales de legitimación del proyecto soviético, profundizando la dilución de las nacionalidades (Grinevich, 2005), y aparentemente resolvió, de esta manera, la cuestión nacional (Cucó Giner, 1999). Así, durante la época soviética, tal como sucedió en siglos anteriores, las manifestaciones de la identidad nacional ucraniana fueron fuerte y oportunamente controladas. Aún en los noventa, luego de la declaración de independencia el 24 de agosto de 1991, los nacionaldemócratas –que abanderaron las iniciativas de la legalización de la simbología nacional ucraniana– fueron objeto de persecuciones por parte de los comunistas locales (Cucó Giner, 1999).
En este contexto, el renaciente Estado ucraniano tendría que administrar las presiones derivadas de su historia con Rusia y demás vecinos, y asumir el peso de los procesos de su propia formación. Así las cosas, a las relaciones con la hermana potencia, marcadas por temas como la distribución de naves de la armada soviética ancladas en el mar Negro, el armamento nuclear y las aproximaciones a la OTAN, se sumaba la persistencia de la fuerte influencia de posturas prorrusas y «esencias comunistas» que perduró durante el gobierno del presidente Kuchma, hasta el 2004. Las críticas al exagerado poder presidencial, la dimisión del primer ministro Yushenko en el 2001 y los resultados de las elecciones parlamentarias de 2002 confirmaron la creciente separación y polarización de dos sectores y posturas que participaron en las elecciones presidenciales del 2004, cuyos resultados, tildados de fraudulentos, desencadenaron protestas de los seguidores del partido Nuestra Ucrania, de Yushenko (López-Medel Báscones, 2008).
Frente a las evidentes irregularidades, el Tribunal Supremo anuló los resultados de las elecciones y convocó nuevas elecciones en diciembre del 2004. Según López-Medel Báscones (2008), la solución final de la crisis estuvo acompañada por la aprobación por la Rada de una reforma constitucional que llevaría al país hacia un sistema con mayor poder parlamentario. No obstante, una vez más, los efectos de estas reformas se cuestionarían en los levantamientos del 2013.
Referencias
Cuco Giner, A. (1999). El despertar de las naciones: la ruptura de la Unión Soviética y la cuestión nacional. Universitat de Valencia. Valencia: Servei de Publicacions.
Galushko, K. (1997). “Вячеслав Липинский как исследователь Украинско-Российских взаимоотношений”. En А. И. Миллер, В. Ф. Репринцев, Н. - М. Флоря Б. Россия - Украина: история взаимоотношений. Москва: Школа «Языки русской культуры». Recuperado de http://www.litopys.org.ua/vzaimo/vz.htm
Galushko, K. (2010). Украинский национализм: ликбез для русских, или Кто и зачем придумал Украину. Київ: Темпора.
Grinevich, V. (2005). Расколотая память: Вторая мировая война в историческом сознании украинского общества. En Неприкосновенный запас, vols. 2-3 (40-41). Recuperado de http://magazines.russ.ru/nz/2005/2/gri24-pr.html.
López-Medel Báscones, J. (2008). La larga conquista de la libertad. Madrid: Marcial Pons.
Patricia Herrera Kit
Ph.D. en Estudios Políticos
Centro de Investigaciones y Proyectos Especiales (CIPE)
patricia.herrera@uexternado.edu.co