Desde su inicio en marzo del 2018[1], la guerra comercial entre Estados Unidos y la República Popular de China, caracterizada por la política proteccionista del presidente norteamericano Donald Trump y para hacer frente al expansionismo agresivo pero proteccionista en el interior de Pekín, ha tenido repercusiones en la perspectiva económica […]
Desde su inicio en marzo del 2018[1], la guerra comercial entre Estados Unidos y la República Popular de China, caracterizada por la política proteccionista del presidente norteamericano Donald Trump y para hacer frente al expansionismo agresivo pero proteccionista en el interior de Pekín, ha tenido repercusiones en la perspectiva económica en todo el sistema internacional en general, pero también supone un efecto importante en los países de renta media (Guerra comercial, 2018).
Esta disputa se ha materializado con los aranceles impuestos por Estados Unidos a productos chinos que ascienden a US$250.000 millones, con posibilidad de aumentarlos en US$100.000 millones, y la respuesta del gigante asiático con aranceles a productos americanos, como la soya, de US$110,000 millones y una devaluación histórica del yuan que, en los últimos meses, rompió la barrera psicológica de siete unidades por dólar (Orgaz, 2019).
Causas de la guerra comercial
Estas tensiones entre las dos superpotencias han sido el resultado de la caída económica del gigante americano, reflejada en el aumento del desempleo y del déficit fiscal; la apuesta de China de ser líder en las principales industrias y su objetivo de expansión económica, que amenaza con un cambio en el orden internacional, y el envejecimiento e incapacidad de los acuerdos de la Organización Mundial del Comercio (OMC) para solucionar estas controversias.
Desde 1870, Estados Unidos ha sido uno de los pioneros del modelo de libre comercio a nivel mundial, firmando acuerdos comerciales como el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá o T-MEC, sucesor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte o TLCAN, pero también con países como Colombia, Perú, Israel, Corea del Sur, y diferentes miembros de la OMC. No obstante, esta dinámica ha traído también desventajas para el país americano, como el aumento de la tasa de desempleo nacional, la cual según Reuters en el 2009 llegó a ser de dos dígitos (10,0 %), principalmente porque empresas en búsqueda de competitividad, como las del sector automotriz, tecnológico y de comunicaciones, han trasladado sus fábricas a otros países (González, 2019).
Asimismo, esa apertura económica ha llevado a que todos los países quieran exportar sus bienes y servicios hacia el gigante estadounidense, como en el caso de China, que en el 2018 exportó US$539,9 billones, el 20 % del total de sus exportaciones, contra US$120 billones que importó de este país, que representan, a su vez, el 11 %. Esta situación deja a Estados Unidos con un déficit comercial difícil de reducir, pero con una buena posición para negociar. Como afirma Derek Scissors, economista jefe de China Beige Book: «China enfrentaría problemas más grandes. Hay más sustitutos para la oferta china que para la demanda estadounidense. En un conflicto comercial moderado nadie sale ganando; en uno grave, EE. UU. pierde mucho menos» (Guerra comercial, 2018).
Lo anterior tiene aún más peso al entender que la mayoría de los bienes que exporta Estados Unidos son productos terminados, mientras importa materias primas y productos intermedios, lo cual le permite tener una industria y un sector terciario bien desarrollados. Ahora bien, las tensiones entre Washington y Pekín se han intensificado por la apuesta de este a una economía planificada 4.0, la cual se enfoca en inversiones a industrias como inteligencia artificial, farmacéutica, automotriz, aeronáutica, náutica y trenes de alta velocidad (China, 2017).
El Gobierno chino tiene como objetivo superar en la siguiente década el PIB de Estados Unidos con la terminación de la nueva ruta de la seda, que buscará unir a este país con Occidente por medio de una línea ferroviaria, puertos, aeropuertos y carreteras que la hacen la mayor red comercial del mundo y con la cual China logrará crear dependencia económica y ganar competitividad mediante relaciones con economías emergentes. Pero la guerra comercial también se enfoca en los avances tecnológicos en inteligencia artificial, como el caso de la empresa china Huawei, que es pionera en infraestructura 5G, la cual es el primer paso para lograr avances sustanciales en tecnologías disruptivas (GSMA Intelligence, 2019).
Por último, desde el 11 de diciembre del 2001, tras quince años de negociaciones, China ingresó como miembro a la OMC, lo que materializó la idea de apertura económica con el resto del mundo (Adikari & Yang, 2002). No obstante, la incursión del país asiático significó ceder en el campo de aranceles a productos agrícolas y al comercio de servicios. Además, se les otorgó trato nacional a todas las empresas extranjeras, permitiendo que estas administraran sus negocios en China por cuenta propia. Lo anterior tuvo incidencia directa en el aumento de los flujos de inversión extranjera directa en el país, pasando de cero a comienzos de los años ochenta a casi US$100.000 millones en el 2008, aproximadamente el 6 % de la Inversión Extranjera Directa nivel mundial (Naciones Unidas, 2009).
Este acuerdo también trajo consigo la adhesión de China al mecanismo de solución de conflictos de la OMC, con el que se resolverían las disputas comerciales entre los miembros, especialmente, las vinculadas con prácticas injustas de comercio, robo de propiedad intelectual, transferencia obligada de tecnología, subsidios industriales, entre otras (Organización Mudial del Comercio, 2017). Si bien el acuerdo es claro, muchos cambios se han producido desde su creación, tanto en la distribución del poder económico mundial y, por ende, del poder relativo de sus países miembros, como en la composición del intercambio global de bienes, lo que ha dejado impedida a esta organización para controlar los aranceles fijados entre China y Estados Unidos, a tal punto que Trump amenazó en el 2018 con dejar la organización, «If they don´t shape up, I would withdraw from the WTO» (Micklethwait, Talev & Jacobs, 2018).
Amenazas para países latinoamericanos
En una guerra comercial todos los participantes sufren, generalmente, consecuencias negativas, pero al estar hablando de Estados Unidos y China, las dos economías más importantes del mundo con PIB a precios corrientes para el 2018 de US$18.500 y US$11.400 billones, respectivamente, el sistema internacional en general también sufre las consecuencias (¿China o Estados Unidos?, 2019). Lo anterior, en el sentido de que las medidas tomadas por ambos países para contrarrestar las actuaciones del otro han tenido efectos en los países de renta media, que, como bien los describe la Comisión Económica para América Latina (2012), son países que, a pesar de tener un nivel de ingreso per cápita bajo, se considera que tienen un nivel de desarrollo institucional suficiente para acceder a capital privado. De esta forma, no son receptores prioritarios de asistencia oficial para el desarrollo, la cual busca combatir la pobreza en el mundo y privilegia a países con menores ingresos, pese a que más del 70 % de la población mundial en condiciones de pobreza vive en países de renta media y que, de los 33 países de la región, Latinoamérica y el Caribe, 28 están en esta categoría.
Uno de los principales efectos de la guerra comercial en Latinoamérica ha sido la depreciación de las monedas locales, ya que, con la devaluación del yuan, en la segunda mitad del presente año, monedas como el peso argentino y el peso colombiano se han devaluado en 33,02 % y 12,55 %, respectivamente, al tiempo que afecta las proyecciones de crecimiento económico y de inflación (Vargas Loaiza, 2019).
De igual forma, han sufrido las repercusiones del modelo de negocio de ambos países, que se enfoca en cadenas de suministro eficientes, entendiéndose estas como la secuencia de eslabones en la elaboración de un producto, al tiempo que cada eslabón produce una parte y agrega valor al proceso, con el fin de satisfacer competitivamente al cliente final (LACCEI, 2012). Esto se hace evidente en el caso de Chile y su principal socio comercial, China, quien compra cerca del 24 % del total de productos y servicios chilenos, especialmente metales como el cobre, utilizados para la producción de bienes tecnológicos (Cómo golpea, 2019). A raíz de la devaluación del yuan, para las empresas chinas es más costoso la compra de productos en el extranjero, por lo que han reducido el volumen de importación de materias primas, al tiempo que las exportaciones chilenas se han visto afectadas, pues los precios del cobre han retrocedido un 5,8 %, llegando a los US$2,64 por libra (Álvarez López, 2019).
Por otro lado, también ha afectado a la industria metalúrgica colombiana por dos razones: primero, por el nivel de exportaciones de metales, y segundo, porque los productos que China no está logrando exportar a Estados Unidos están teniendo otro destino, de manera que han inundado los mercados latinoamericanos y han bajado los precios. Respecto a la primera afectación, el representante de la Cámara de Fedemetal, Juan Manuel Lesmes, aseguró, en diciembre del 2018, que las exportaciones para ese mes decrecieron un 7 % y muchas de las empresas productoras de ese mercado no lograron realizar ventas durante todo el mes. El segundo efecto ha sido la desviación del comercio: de los 34 millones de toneladas de metal que Estados Unidos le compraba al mundo, por efecto de los aranceles este ha buscado nuevos destinos como Colombia, el cual tiene una demanda total de 3,5 millones de toneladas, lo que afecta la industria nacional (Estados Unidos y China, 2018).
Propuestas y oportunidades para países de renta media
En conclusión, si bien ninguna guerra comercial es en su totalidad positiva y menos una entre las dos potencias económicas mundiales, la cual llega a tener efectos directos en las dinámicas internacionales, ya sea porque el dólar es la moneda por excelencia para el comercio o por la dependencia económica de los países de renta media con estos dos gigantes; la guerra comercial abre oportunidades para países en desarrollo, al beneficiarse por la relocalización de empresas chinas y por la exportación de productos a Estados Unidos que sustituyan los provenientes de China.
En el caso colombiano, estas oportunidades yacen en el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, aprobado en el 2012, en el cual se eliminan barreras arancelarias y se facilita el acceso a mercados para productos exportados desde Colombia, entre otros aspectos acordados (Mincomercio, 2012). Lo anterior, sumado a la ubicación estratégica de Colombia, con salida al mar por el Atlántico y Pacífico, permitiría que empresas ubicadas en China se trasladen y puedan suavizar el impacto de la disputa. Es importante mencionar que el ministro de Comercio, Juan Manuel Restrepo, asegura que para esto Colombia ofrece todas las condiciones y seguridades a empresas del exterior y en especial a las chinas, para que se trasladen o inviertan en el país, así logran exportar hacia Estados Unidos sin aranceles (EFE, 2019).
Asimismo, la guerra comercial abre la oportunidad para que productores nacionales ganen competitividad en sectores como vidrio templado, accesorios de tubería, ñame, neumáticos, tejidos de punto de fibra sintética y zapatos, entre otros. Por ejemplo, en el primero de estos, en el que actualmente China tiene el 75 % del mercado de importaciones a Estados Unidos, mientras que Colombia el 9 %, es la oportunidad para que empresas nacionales tengan un mayor peso (Guerra de aranceles, 2019).
Referencias
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[1] «Estados Unidos impondrá aranceles de alrededor de unos US$60.000 millones a los productos importados de China por las supuestas prácticas ilegales del país, según anunció el mandatario antes de firmar una orden ejecutiva sobre este asunto (…)» (Trump anuncia, 2018).
Santiago Becerra
Estudiante VII semestre de Finanzas
Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales
santiago.becerra@est.uexternado.edu.co