Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales



Colombia y Gaza, Petro ha hecho lo correcto

Colombia y América Latina no pueden permanecer indiferentes frente al drama en Gaza, pues la historia recordará que, mientras ocurría un genocidio anunciado y denunciado desde hace varios años, fueron no pocos los gobiernos de países de la esfera occidental que decidieron o bien permanecer en la más pasmosa e insólita indiferencia o, en los peores casos, contribuir a lo que ha sido a todas luces la peor crisis humanitaria en la historia desde la Segunda Guerra Mundial.

La actitud de la administración de Gustavo Petro la valió varias críticas de sectores muy conservadores que no han entendido la magnitud de los sucesos e insisten en que la diplomacia se asemeje y equipare a un ejercicio de dobles morales e hipocresía donde resulta imposible llamar a las cosas por su nombre y se amortiguan los graves hechos con eufemismos. Más allá de una innecesaria polémica por buena parte de las declaraciones del mandatario colombiano, el país ha hecho lo correcto y ha dejado en claro que: a. respeta su tradición en materia de política exterior de mantener un equilibrio en las relaciones con el mundo árabe y el israelí; b. honra los compromisos que se derivan de la Constitución de 1991 que señalan que el país respecta irrestrictamente el derecho internacional y los compromisos multilaterales para la resolución de conflictos y; c. que entiende la posición histórica latinoamericana frente a las guerras desde los 90 y en especial los 2000 cuando el unilateralismo de Occidente ha sobrepasado todo margen legal y humanitario.

Desde el Plan de Partición de Naciones Unidas, el país mantuvo una postura equilibrada para preservar las buenas relaciones con Israel y con el mundo árabe. En ese momento, Colombia se abstuvo de apoyar ese plan por los efectos geopolíticos que tendría sobre el conjunto de países de la zona, pero de ninguna manera, como un rechazo a la creación del Estado de Israel con quien se han mantenido estrechos lazos de manera ininterrumpida. A mediados de la década de los 90 y cuando el país ejercía la presidencia rotativa del Movimiento de Países no Alineados (MNOAL) Ernesto Samper Pizano se convirtió en el primer mandatario colombiano en visitar los Territorios Ocupados y entrevistarse con Yasser Arafat, presidente de la entonces naciente Autoridad Nacional Palestina (ANP), tras los Acuerdos de Oslo, llevados a cabo a lo largo de la década de los 90.

Desde que se agudizaran las violaciones a los derechos humanos en el marco de lo que ha sido la ocupación más extensa de la historia, Colombia siempre votó en los escenarios de Naciones Unidas por exigir su y abrazó el ideal de una salida consistente en dos Estados.

Sin embargo, a comienzos de siglo y en el marco de la Seguridad Democrática, esquema reivindicado por el gobierno de Álvaro Uribe Vélez, Colombia se alineó con los intereses de la denominada “guerra global contra el terrorismo” lanzada por George W. Bush tras los ataques del 11 de septiembre de 2001. De esta forma, el país abandonó su tradición de apoyo irrestricto al derecho internacional y de manera excepcional en términos históricos y regionales decidió expresarse en favor de la invasión de los Estados Unidos a territorio iraquí (junto con Guatemala y Nicaragua, fueron los únicos países de la zona), a pesar de las claras advertencias de la misión de Naciones Unidas en ese país, sobre las pocas pruebas que sustentaban la acusación de que Saddam Hussein había desarrollado armas de destrucción masiva. De poco sirvieron los temores fundados que expresara Hans Blix jefe de dicho cuerpo, ni la férrea oposición en el Consejo de Seguridad de China, Francia y Rusia.

Como parte de este alineamiento, en los gobiernos de Uribe y en buena parte de las administraciones subsiguientes de Juan Manuel Santos, el país empezó a acercarse a Israel en detrimento de su relación con Palestina. Con Santos, el país dejó de apoyar los reclamos palestinos para constituirse como Estado y desconociendo la tradición histórica y latinoamericana, se abstuvo o votó en contra de proyectos que buscaban ese reconocimiento en el seno del sistema de Naciones Unidas. El gobierno colombiano esgrimía el argumento de que no veían con buenos ojos ninguna salida unilateral y que todo avance debía someterse al consenso entre las partes, una curiosa interpretación pues al menos desde 1967, Tel Aviv ha aplicado una política draconiana de ocupación que ha negado cualquier asomo de consenso y ha desconocido compromisos internacionales. Se trataba en realidad, de poner al servicio de los intereses pasajeros de esos gobiernos una interpretación santanderista, leguleya y poco realista del principio de “una salida de dos Estados”.

Así, Colombia retrasó el reconocimiento de Palestina como Estado y dejó la sensación engañosa en la llamada opinión pública de que cualquier acercamiento diplomático en esa orientación implicaba tomar distancia frente a Tel Aviv y maltratar esa relación, un falso dilema que por años entorpeció las relaciones con la Autoridad Nacional Palestina.

De manera sorpresiva, un día antes de terminar con su segundo mandato el gobierno de Juan Manuel Santos decidió reconocer a Palestina como Estado desatando una polémica por la manera en que se hizo y recibiendo críticas por parte de la administración entrante de Iván Duque. María Ángela Holguín de forma tajante aclaró:

“¿Por qué hoy el reconocimiento del Estado palestino? El presidente Santos visitó Israel y Palestina en el 2013, y habló de la necesidad de establecer un diálogo para buscar el bienestar de la población civil. Hasta ahora creíamos que el reconocimiento surgiría de una negociación, pero en los últimos años no ha habido avances. Por el contrario, la situación se ha vuelto más tensa y violenta, y las poblaciones palestina e israelí siguen sufriendo.”

El gran problema con esta forma de tomar decisiones es que se instaló en el país el lugar común de que la izquierda y el centro debían apoyar a Palestina, mientras que la derecha reivindicaba la propio con Israel. Lo anterior dista de la tradición colombiana de mantener buenas relaciones con ambas naciones y de condenar sin asomo de dudas la ocupación, como las cada vez más frecuentes violaciones a los derechos humanos y al derecho internacional humanitario.

De esta forma y con el claro ánimo de distanciarse de Santos, Iván Duque estrechó lazos con Israel y enfrió la relación con los palestinos. Con el ánimo de congraciarse con Estados Unidos, Colombia apoyó efusivamente los esfuerzos estadounidenses por trasladar la sede diplomática de ese país de Tel Aviv a Cisjordania. Duque no solo visitó ese territorio sin hacer prueba de un ápice de solidaridad con la tragedia palestina, sino que inauguró una oficina gubernamental (no diplomática) en Jerusalén, una clara señal de aquiescencia con la decisión polémica de Trump sobre el reconocimiento de esa ciudad como capital Israel y que ponía en tela de juicio consensos internacionales.

En los cuatro años de Duque Colombia retrocedió en su política exterior en Medio Oriente con avances tímidos como la concreción de un Tratado de Libre Comercio con Israel y con los Emiratos Árabes Unidos de poco significado en la práctica y que desnudaron una de las administraciones más ensimismadas de las últimas décadas. El país no solo se alejó de América Latina y el Caribe o del Sur Global, sino que enfrió como pocas veces en la historia reciente el vinculo con Estados Unidos. Con este antecedente, cualquier asomo de corrección del gobierno subsiguiente sería interpretado por los sectores mas reaccionarios de Colombia como un desacierto y como una forma de simpatía con regímenes que se han alejado del Estado de derecho, del pluralismo y la democracia.

Tras los atentados del 7 de octubre del grupo Hamás en el sur de Israel, Gustavo Petro se transformó en uno de los principales voceros de las denuncias de los excesos de Tel Aviv. La cancillería colombiana, valga decir, cometió el error de cambiar el comunicado donde lamentaba los atentados a los que atribuía la etiqueta de terrorista, por un mensaje de condena en general a la violencia. Esta sorpresiva y aparatosa modificación creó una polémica innecesaria sobre las razones del gobierno y desvió la atención sobre el tema más urgente: denunciar la acelerada campaña de exterminación de los palestinos por parte de Tsahal o de las Fuerzas Militares Israelíes que tenían la excusa perfecta para intensificar el esquema de apartheid, la limpieza étnica y el genocidio, todos anteriores a los trágicos hechos de octubre.

La posición colombiana de condena estricta por varios canales y medios fue duramente criticada en algunos círculos colombianos de exdiplomáticos que en una decisión insólita -como vergonzosa- procedieron a enviarle una carta a Petro protestando por su postura supuestamente poco solidaria con Israel, mientras ese Estado descargaba una cantidad inédita de toneladas de explosivos sobre civiles en la Franja de Gaza, asesinaba selectivamente inocentes en Cisjordania y aceleraba los procesos de represión y expulsión en Jerusalén Oriental (Al Quds, capital de Palestina). Aunque parezca inverosímil, la misma semana que Tsahal atacó un campo de refugiados en Jabaliya al norte de Gaza, masacrando inocentes (sobre todo menores de edad), un grupo de excancilleres estaba más preocupado por la imagen de Colombia en el mundo.

Se ha dicho que Petro ha des-institucionalizado la cancillería por una maratónica serie de mensajes publicados en redes sociales (sobre todo en X, antes Twitter), pero vale la pena recordar que el mundo enfrenta un escenario que no da margen para las respuestas inscritas en las estrechas márgenes de la diplomacia. Si bien más personas murieron en Biafra (1967-1970), Ruanda (1994) Darfur (2003) o menos en Srebrenica (1995), nunca antes la humanidad había dispuesto de una cantidad de imágenes, testimonios, videos y pruebas como las que circulan actualmente confirmando lo que varias organizaciones no gubernamentales y funcionarios de Naciones Unidas llevan advirtiendo que está ocurriendo dramáticamente con Palestina, sometida a un genocidio, apartheid y limpieza étnica. ¿De verdad hay quienes desestiman aún el poder de las redes, cuando se trata de detener esta insensatez? ¿No vale la pena romper algunos códigos diplomáticos y salirse de las notas verbales y comunicados para expresar repudio por las montañas de cuerpos calcinados de inocentes? ¿Cómo explicarles a las próximas generaciones de colombianos que mientras caían por decenas y a velocidades que no conocíamos palestinos, políticos y diplomáticos colombianos pedían expresar apoyo a Israel (con el agravante de que algunos de ellos apoyaron la guerra en Iraq)?

La historia reconocerá valentía en aquellos mandatarios que no ahorraron ningún esfuerzo y denunciaron con ahínco una tragedia que, para colmo de males, no se detiene y a pesar de las escalofriantes estadísticas sigue sin conmover a los gobiernos más poderosos de Occidente empecinados en apoyar el exterminio. Nunca antes el Sur Global había tenido tanta necesidad por dotarse de una voz coherente, consistente y unida. Colombia acostumbrada a estar distanciada de esa periferia a la que pertenece, hace bien en recordar que sus intereses están en sintonía con los del Sur Global. Lograr el fin de la ocupación en Cisjordania, Gaza y Jerusalén se ha vuelto un objetivo inaplazable, enhorabuena que la política exterior colombiana se encamine a conseguirlo.


Holguín, María Ángela (11 de agosto de 2018). “El reconocimiento del Estado palestino”. Diario El Tiempo

Jaramillo Jassir, Mauricio (11 de agosto de 2018). “Colombia y Palestina: historia del falso dilema”. Diario El Espectador

Pappé, Ilan. (2008). La limpieza étnica de Palestina. Barcelona: Crítica


Mauricio Jaramillo Jassir
Doctor en Ciencia Política de la Universidad de Toulouse
Profesor asociado de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos
Universidad del Rosario
mauricio.jaramilloj@urosario.edu.co