El autor resaltar cuatro hitos de la solidaridad colombiana con Palestina, que evidencian que Colombia ha dado muestras de ecuanimidad respecto al conflicto con Israel.
Frente al genocidio israelí del pueblo palestino, y debido a la relación colombiana incondicional con Estados Unidos, se deduce que de igual modo el trato con el Estado hebreo ha sido siempre constructivo y anulador del apoyo al país ocupado. La verdad es que las relaciones con Estados Unidos han tenido sus quebrantos y los vínculos con Israel, uno de sus socios primordiales si no el más, no ha sido irrestricta por parte de Colombia. O por lo menos, en más de una ocasión desde Bogotá ha habido la sindéris suficiente como para ubicarse al lado del oprimido.
El movimiento soterrado y lucrativo de las empresas israelíes en nuestro país y durante el ciclo de dictaduras en América Latina ha sido explicado de magnífica forma por Lina Britto. Por mi parte, quiero resaltar cuatro hitos de esa solidaridad con Palestina, porque evidencian que en más de una oportunidad Colombia ha dado muestras de ecuanimidad respecto al conflicto provocado por Israel y no ha tenido empacho en defender el derecho del avasallado a contar con un Estado autónomo reconocido por la comunidad internacional.
Un primer momento ocurrió en el marco mismo de la discusión en la Asamblea General de la ONU sobre la partición del territorio que por milenios acogió comunidades de distintas etnias y religiones, con predominio de la árabe y musulmana. Aunque representante del gobierno conservador de Ospina Pérez, el 28 de noviembre de 1947, el embajador defendió su Doctrina López Pumarejo, emblema de la de la posición nacional, al solicitar.
El embajador colombiano condenaba la agresión que con el plan de partición los poderes triunfantes en la Segunda Guerra Mundial descargaban sobre los países árabes y la confesión islámica. Advertía por ello que, “si el problema es religioso y racial a la vez, nos parece que no es buen augurio la ejecución del plan que haya sido unanimemente repudiado por el mundo musulmán. Y repudiado no silenciosamente, sino bajo protesta vehemente” (Villar Borda, 2023).
Según López, confinar a la población judía en un espacio único era tan solo el ardid para aquietar la conciencia de los gobiernos poderosos, negándole a ese pueblo la posibilidad de ser incorporado a sus propias sociedades. Por eso, al día siguiente, en su intervención en el Consejo de Seguridad aseveró:
Al estallar la guerra en 1948, y como miembro no permanente del Consejo de Seguridad, Colombia formó parte del Comité de Apoyo al Subcomité de Tregua, junto con Bélgica y los cinco miembros permanentes. Allí condenó las acciones israelíes en el sur de Palestina y defendió los derechos de los desplazados:
El gobierno colombiano no solo insistió en ubicar diversas comunidades judías en el mundo, para evitar la remoción de los pobladores palestinos, sino que abogó por los derechos de retorno de los expulsados por la guerra y su compensación. Además, el 4 de octubre de 1948, en la Asamblea General, propuso el estatuto especial de Jerusalén, iniciativa que fue aceptada (García, 2019a, p. 267).
En los años posteriores, hubo interés en lograr el equilibrio en las relaciones con Palestina e Israel, dado el peso de las familias judías y de origen árabe en la economía, la política y el quehacer nacional; sin embargo, no hubo voluntad suficiente para avalar de modo abierto las reivindicaciones palestinas. En 1982, el también gobierno conservador de Belisario Betancur dio comienzo al proceso de ingreso de Colombia al Movimiento de países no alineados -NOAL. Él no tuvo ningún gesto de solidaridad con Palestina; en cambio, sí impulsó los negocios con Israel, que se convirtió en receptor clave del carbón colombiano y, a la vez, en gran proveedor de aviones de combate y equipo militar para Colombia. En 1984 se concretó la adquisición de 13 bombaderos Kfir C-2 a la empresa Israel Aircraft Industries (García, 2019a, p. 274).
En forma paralela, la experticia y las armas israelíes nutrían las incipientes agrupaciones paramilitares, que muy pronto se convertirían en un monstruo feroz. El joven Carlos Castaño se entrenaba en las lides de la guerra en Israel, de donde importó “el concepto de autodefensa en armas”. A su regreso, crearía las Autodefensas Unidas de Colombia. Poco después, desde 1987, “el general retirado israelí Yair Klein trabajó durante dos años junto a sus compatriotas Terry Melnyk, Tzedaka Abraham, Izhack Shoshani Merariot y Arik Piccioto Afek en preparar al menos 45 hombres en técnicas paramilitares, además de proveerles armas” (Britto, 2023).
Pero, la militancia colombiana en los No alineados habría de despejar la vía al segundo momento de la solidaridad con Palestina. La llegada del liberal Ernesto Samper a la presidencia, en 1994, coincidió con el acceso de Colombia al comando del NOAL. Cartagena fue sede de la cumbre del Movimiento en 1995, reunión cimera que congregó a más de 120 mandatarios y representantes del mundo en desarrollo. En calidad de adalid de los derechos de soberanía de las excolonias y territorios ocupados, el apartheid palestino ha sido un asunto constante en las deliberaciones y declaraciones del grupo. Para ese entonces, el respaldo colombiano a la causa palestina se dio en dos actos significativos. Por un lado, la decisión de elevar a rango de embajada la que hasta entonces era una oficina de prensa en Bogotá. Por otro lado, incluir al gobierno palestino en la gira del presidente de NOAL a África y Asia occidental, en 1997.
La visita a la franja de Gaza estuvo condicionada todo el tiempo a los requerimientos de las autoridades israelíes. Ellas dispusieron que primero debía darse un encuentro oficial en Jerusalén con el primer ministro de ese entonces, el no muy presentable Benjamin Netanyahu, y una visita al Museo del Holocausto, y después sí la entrada al territorio vecino. Como organizador del periplo, me encargué de aplicar los recursos diplomáticos para evitar cualquier ruido en asuntos tan delicados. Una vez en la frontera de Gaza, nos recibió el equipo de gobierno, que nos dirigió a la Mukataa directamente. El recibimiento del presidente Arafat fue de notable emoción, con abrazo a cada uno de los miembros de la delegación colombiana; enseguida se llevó a cabo la reunión formal en el Parlamento. A las palabras de bienvenida por parte del anfitrión, el presidente colombiano y del NOAL replicó con un discurso improvisado y extenso, para celebrar los objetivos del mundo en desarrollo y la feliz culminación de la justa causa palestina. Con todo, hasta entonces no se había podido dar paso a su reconocimiento como Estado digno de pleno desenvolvimiento en el concierto de las naciones.
Esa decisión llegó, finalmente, de manera inesperada el 3 de agosto de 2018, en las postrimerías de la administración Santos. Fue un hecho tan imprevisto como astuto, tal vez para evitar la interferencia del gobierno israelí (García, 2019b). Fue una decisión sorpresiva del mismo mandatario que le había negado el respaldo al reconocimiento de estatus político a Palestina cuando votó abstención en el Consejo de Seguridad, en noviembre de 2011, secundando a Francia, Inglaterra y Reino Unido. De nada valió el viaje previo del presidente de la Autoridad Palestina a Bogotá a solicitar el apoyo colombiano. Esa abstención fue reiterada al año siguiente en la Asamblea Ganeral, cuando la solicitud de reconocimiento del Estado palestino y el fin de la ocupación israelí fue apoyada por 60 países. Colombia estuvo entre las 41 abstenciones. 9 países, incluidos Israel y Estados Unidos, se opusieron abiertamente a la membresía plena palestina en la máxima institución multilateral (ONU, 2012).
En dicha sesión, la Asamblea General recibió a Palestina como Estado miembro no asociado, el status que la Asamblea puede otorgar. En otras instancias, empero, en octubre de 2011 había sido recibida en la UNESCO como miembro de pleno derecho, reconocimiento repudiado por Israel y Estados Unidos. El gobierno de Barak Obama negó enseguida su cuota para la financiación del organismo internacional. Durante la administración Trump, en 2018, junto con el israelí, el gobierno estadounidense abandonó la organización multilateral de la ciencia y la cultura.
El cuarto capítulo de la saga colombo-palestina le correspondió realizarlo la presidencia del Pacto Histórico, en 2023. Gustavo Petro se alzó como el mandatario colombiano con mayor claridad y arrojo para pronunciarse y tomar decisiones frente al genocidio palestino, al punto de poner en vilo las relaciones diplomáticas con Israel y exponerse a la represalia por parte de Estados Unidos.
En su momento más crítico en la historia palestina, Colombia brindó pleno respaldo a un pueblo sometido al exterminio por las ambiciones territoriales de un poder advenedizo financiado y pertrechado desde Washington, particularmente. Si bien no ha sido una solidaridad constante y densa, con sus altibajos desde el inicio de la tragedia de ese pueblo Colombia ha sabido ponerse a su lado. Ya en 1947, la Doctrina López Pumarejo patentó la premonición del objetivo sionista de llevar al pueblo palestino a su postración y exterminio. Cuando el genocidio alcanzó los niveles excecrables en 2023, también la voz colombiana se alzó como estandarte de paz ante una comunidad internacional desentendida y cómplice.
Britto, L. (13 de noviembre de 2023). Colombia e Israel, una historia íntima. El Espectador, págs. 4-5.
García, P. (2019a). Palestina e Israel en la política exterior colombiana. En F. D. Medina, Los rostros del otro. Colonialismo y construcción social en Medio Oriente y Norte de África (págs. 263-292). Bogotá: Universidad Externado de Colombia.
García, P. (2019b). Colombia-Palestina: ¡por fin! Zero.
ONU, N. (29 de noviembre de 2012). Asamblea General acepta a Palestina como Estado observador no miembro de la ONU. https://news.un.org/es/story/2012/11/125860
Tirado, Á. y. (1995). Colombia en la ONU. Bogotá: Ministerio de Relaciones Exteriores.
Villar Borda, L. (24 de octubre de 2023). López, Petro y Palestina. El Espectador, pág. 18.
Pío García
Universidad Externado de Colombia