En marzo se cumplen treinta años del inicio de la huelga de los mineros del carbón, la más larga en la historia del sindicalismo de Gran Bretaña y punto de inflexión en la historia del Reino Unido en el siglo XX. El significado de estos meses quedó plasmado en la […]
En marzo se cumplen treinta años del inicio de la huelga de los mineros del carbón, la más larga en la historia del sindicalismo de Gran Bretaña y punto de inflexión en la historia del Reino Unido en el siglo XX.
El significado de estos meses quedó plasmado en la muerte de Margaret Thatcher, ocurrida en abril de 2013: en las calles de Londres, los antiguos mineros volvieron a expresar de inmediato el descontento y la rabia hacia una política que les había quitado una serie de derechos adquiridos durante la primera mitad del siglo XX. Esta larga huelga –y su posterior derrota– marcó un punto de inflexión tanto en la historia del Reino Unido como en parte de Europa, y ha quedado en la memoria de los mineros y de la población inglesa y europea en general.
Margaret Thatcher había sido «la reina madre de la austeridad y la financiarización globales»[1]. La Dama de Hierro se convirtió, poco después de entrar a manejar las riendas del gobierno del Reino Unido en 1979, en la cabeza visible, junto con Ronald Reagan, de la política neoliberal que a principios de la década de los ochenta se imponía en la economía mundial y que llevaría a que el Reino Unido se transformara en el modelo del neoliberalismo del Fondo Monetario Internacional (FMI). Disminución del gasto público, menos impuestos, privatizaciones, liberalizaciones, guerra a los sindicatos, entre otros aspectos, caracterizaron esta política que seguirían posteriormente los mandatarios europeos de uno y otro color político: desde los partidos socialdemócratas lo harían François Mitterrand en Francia o Felipe González en España; desde los de centroderecha Aníbal Cavaco Silva en Portugal, Donald Tusk en Polonia y el nuevo gobierno de José María Aznar en España.
Décadas de inversión pública inglesa se privatizaron: hacia finales de 1980, la primera ministra y su gobierno habían privatizado British Gas, British Airways, British Aerospace, British Airports Authority, British Steel Corporation y British Petroleum, entre otras. Londres experimentaría a su vez lo que se denominó el «Big Bang», imagen con la que se simbolizaron las drásticas medidas de desregulación de las operaciones mercantiles y bursátiles de la City de Londres y que la llevarían a convertirse en el mayor centro financiero del mundo.
Para la población, esta política significó más desempleo, incremento de precios, desconexión entre los salarios y la inflación, mayor peso de los impuestos indirectos –independientemente de su nivel de renta– y escasez de vivienda. De hecho, las medidas extremas le valdrían a Thatcher enfrentar incluso a algunos miembros de su propio partido que la criticaron por su radicalidad. El barril de pólvora creado a partir de esta política, se comenzó a expresar en 1981 en los enfrentamientos callejeros[2] desde ciudades como Londres, Liverpool, Birmingham, Manchester, Leeds, Sheffield, íconos de un proceso de desindustrialización que ponía a los jóvenes frente a un deterioro rápido de sus condiciones de vida y un futuro sin futuro.
Tras la reconversión del sector del acero, la resistencia vendría del sector del carbón, donde la huelga de los mineros significó el último y decisivo pulso entre la política neoliberal de Thatcher y la reacción de un sector de la población que levantaba su enérgica protesta en contra de ésta. Con todo, no era la primera vez que los mineros reaccionaban ante la política de un gobierno que atacaba derechos adquiridos; ya el mandatario conservador Edward Heath, líder del partido de los tories entre 1964 y 1970, había tenido que enfrentar durante su gobierno fuertes huelgas en 1972 por parte del movimiento de mineros y estibadores (la primera después de la gran huelga de 1926), liderada por el dirigente sindical Arthur Scargil del Sindicato Nacional Minero (National Union of Mineworkers, NUM), creado en 1888 y uno de los más fuertes del Reino Unido. Finalmente, el gobierno cedió ante la mayoría de las exigencias de los huelguistas. Dos años después, en 1974, otra huelga minera obligaría a Heath a llamar a elecciones generales con la siguiente pregunta: «¿Quién gobierna Gran Bretaña?» («Who governs Britain?»). Estos comicios les dieron el triunfo a los laboristas, significaron la derrota política de Heath y liberaron la senda hacia la jefatura del Partido Conservador para Margaret Thatcher, que logró el triunfo en las elecciones de 1979 y asumió las riendas del poder en el Reino Unido como primera ministra.
La huelga
Los planes del gobierno para la industria minera del carbón, dados a conocer por intermedio del National Coal Board (NCB), organismo estatal que administraba esta rama de la economía, consistían en el cierre de 20 de los 174 pozos y la consecuente supresión de 20.000 de los 187.000 puestos de trabajo. Thatcher pretendía también limitar el derecho de huelga, introducir la desregulación en las jornadas laborales y debilitar el fuerte sindicato de los mineros, objetivo de una mandataria que consideraba que el poder excesivo de los sindicatos era una amenaza constante al libre mercado.
El detonante fue la mina de Cortonwood, situada en la localidad de Brampton (condado de Yorkshire, al norte del Reino Unido), región donde el laborismo de izquierda tenía un bastión importante. La subsistencia de la región dependía de la mina, la que, se sabía, estaba destinada al cierre dentro de cinco años por agotamiento. Sin embargo, el 1.º de marzo de 1984 se les comunicó a los representantes sindicales que la mina se cerraría en un plazo de cinco semanas. El encargado en ese momento del National Coal Board, Ian McGregor, justificaba esta decisión con el argumento de que los costos de producción del carbón de Cortonwood eran mayores que las ganancias que se lograban con su venta.
Pese a las promesas de la empresa de no dejar a nadie sin ayuda económica o sin empleo, los trabajadores entraron en huelga un día después de la comunicación del cierre; en la memoria de los mineros estaba presente un Ian McGregor que entre 1980 y 1983, cuando dirigía la British Steel Corporation, había iniciado la privatización de la compañía, con el consecuente desmonte de puestos de trabajo y, prácticamente, la muerte económica y social de regiones enteras[3].
El 9 de marzo la presidencia de la National Union of Mineworkers (NUM), en Yorkshire, se declaró a favor de la huelga y el 12 de marzo Arthur Scargill, presidente del NUM, llamó a la huelga a todo el sindicato. No sólo los mineros de Yorkshire sino también de otras regiones, como Durham, Northumberland, Kent, Escocia y Gales del Sur, entraron en huelga, aunque por otro lado las regiones de Gales del Norte, Leicestershire, Nottinghamshire y sur de Derbyshire decidieron no participar activamente en ella. Hacia noviembre de 1984 un 73 % del total de 196.000 trabajadores eran parte activa del movimiento, es decir, unos 143.000 de la totalidad de los mineros de la NUM.
De inmediato, la Dama de Hierro declaró ilegal la huelga con el reparo de no haberse hecho una votación a escala nacional entre los afiliados al sindicato, como se preveía en una de las leyes antisindicales aprobadas durante su gobierno. Esto tuvo la consecuencia inmediata de que se excluyó a los hijos de los huelguistas del servicio de comida y de las ayudas para los uniformes en las escuelas, de tal manera que el recorte en los auxilios estatales y el hecho de no tener ni salario ni una fuerte solidaridad del movimiento sindical significaron para la mayoría de las familias caer en la pobreza; además, el apoyo del Partido Laborista fue reticente y más declaratorio que otra cosa, y no significó ayudas concretas para los mineros y sus familias.
Aun así, la huelga resistió por la oleada de apoyo y simpatía que despertó en el país y en el continente. Es necesario destacar, en primer lugar, a las mujeres de las familias de los mineros, que se convirtieron en el eje del movimiento por su participación activa en colectas, en comedores populares y en los piquetes de huelga. Además de la solidaridad de algunos sindicatos —pocos— desde la organización nacional sindical Trades Union Congress, ganó el apoyo de las minorías, de los homosexuales, de los municipios, de miembros individuales del Partido Laborista y de la población en general, que se sentía amenazada en igual forma por la política de Margaret Thatcher; un movimiento de solidaridad internacional se tradujo en ayudas de todo tipo[4]. Esto les permitiría a la NUM y a los huelguistas tener cierto sustento financiero y sobrevivir durante esos duros meses. No obstante, ya en el invierno de 1984-1985 se empezó a sentir la desmoralización entre los mineros, que veían a sus familias enfrentadas al hambre, al frío y a pasar necesidades[5].
Tras muchas negociaciones fracasadas entre el sindicato y la empresa, el gobierno conservador le apostó al desgaste paulatino de los huelguistas, que comenzaron a volver a sus puestos de trabajo acuciados por la pobreza y la falta de perspectiva. Para el 27 de febrero, un 50 % de los miembros de la NUM retornaba al trabajo. El 3 de marzo de 1985, casi un año después, la conferencia de delegados de todo el país del sindicato, tras una difícil votación, decidía el fin de la huelga. Únicamente la región de Kent estuvo a favor de continuar. Algunas de las regiones (aquellas que desde el principio no habían participado en forma mayoritaria) no enviaron ni siquiera delegados. La huelga se derrumbó.
Mucho se ha dicho sobre las razones de la derrota de los mineros. Con certeza fueron varios los elementos que allí incidieron, entre éstos el hecho de que a diferencia de las dos huelgas anteriores, que habían tenido un apoyo irrestricto de los otros sindicatos miembros de la Trades Union Congress, sólo el sindicato de la marina mercante y el de los maquinistas de tren prestaron esta vez su apoyo a los mineros, así como también el papel del controvertido dirigente sindical Arthur Scargill, continuamente criticado por su personalidad radical; algunos sectores le reprocharon hasta el?? último momento no haber hecho el referendo nacional dentro del sindicato —norma que formaba parte de las leyes laborales de 1980 y 1984—, error estratégico que Thatcher siempre utilizó como arma para declarar la ilegalidad e ilegitimidad de la huelga; además de esto, no hay que dejar de lado la inflexibilidad y la radicalidad de la Dama de Hierro, que no cedió un solo milímetro. Todos ellos fueron algunos de los componentes claves en la derrota de los mineros. Factor importantísimo fue sin lugar a duda el carbón que el general Jaruzelski, primer ministro polaco, le suministró durante todos esos meses al Reino Unido; esto permitió que no hubiera habido escasez de carbón en el país y que la huelga no hubiera alcanzado la contundencia necesaria.
A pesar de la derrota, esta huelga permanece aún hoy en la memoria de grandes sectores de la población por la trascendencia social y política que tuvo el movimiento dentro de la sociedad británica y del resto de Europa. Fue además la última gran huelga minera en zonas enteras que dependían de la minería e indudablemente es un símbolo de todo el proceso de desmantelamiento de los sectores tradicionales de la industria que acompañó a gran parte del continente europeo desde la década de los ochenta. Paradójicamente, este triunfo político del thatcherismo contribuyó a debilitar el peso de la industria británica en el mercado mundial y en la Unión Europea frente a países como Francia y Alemania. Habría que acentuar además una dimensión menos coyuntural del significado de esta derrota: con ella finalizaron los más de doscientos años de historia del carbón y del acero en muchas de las regiones que, ya desde la segunda mitad del siglo XVIII, habían sido el centro del gran proceso de la revolución industrial del Reino Unido.
Referencias
[5] En Billy Elliot (2000), película británica dirigida por Stephen Daldry, se ilustran de manera muy precisa esos difíciles momentos por los que pasaron los mineros y sus familias.
Martha Lucía Quiroga Riviere
Docente investigadora
Facultad de Finanzas, Gobierno
y Relaciones Internacionales
Universidad Externado de Colombia
angela.quiroga@uexternado.edu.co